Decía Rilke que la verdadera patria del hombre es la infancia, y eso en este blog es algo que demuestro bastante a menudo. Esto viene a cuento porque el otro día escuchando a Chet Baker (sí, suena muy cool la historia pero es así) me vino a la memoria uno de esos recuerdos de juventud que uno guarda y que vienen a dar fe de las palabras del poeta alemán.

Mi madre de manera habitual se acostaba relativamente pronto. Y esa rutina iba acompañada de lo siguiente. Se llevaba su periódico para leerlo con detenimiento mientras que de fondo sonaba la radio. Todos los hermanos antes de acostarnos, y si veíamos la luz de su mesilla encendida, solíamos pasar por su cuarto para darla las buenas noches. Antes de llegar a entrar ya se oía el transistor. Y podía sonar cualquier cosa: noticias, entrevistas, reportajes... pero sobre todo música. Y, por encima de cualquier estilo, jazz. Era fácil que al entrar, y tras el buenas noches, se la escuchara decir "hijo, acaba de sonar la orquesta de Lionel Hampton ¡Qué maravilla!" o "escucha esto de George Benson", al tiempo que meneaba su cabeza al ritmo de la música y encadenaba tres o cuatro estornudos provocados por cierta alergia al papel o a la tinta del periodico. Nos reíamos del efecto de las noticias en las fosas nasales de mi madre y escuchábamos un poquito de esa música mientras comentábamos algún suceso diario digno de mención. Es verdad que no era una gran entendida pero sí sabía lo que le gustaba.