Hace unos meses en un lote de discos que compré a través de Internet venía de regalo una figura de Elvis. Y mira que era feo el pobre Elvis que me mandaban. Pero siendo de regalo tampoco podíamos pedirle más, era lo que era. Lo coloqué en un lugar discreto de la colección. Vamos, que estaba al fondo, prácticamente escondido de las posible miradas de quien entraba en la habitación por lo que, obviamente, nadie reparaba en él. Menos yo.
Yo sabía que él estaba ahí. Y qué vergüenza, el Rey ocupando un espacio de segunda. Y yo lo permitía. Pero es que el pobre era feo de narices. Creo que él me miraba con rencor, como diciendo ya te vale, tenerme aquí de esta guisa. Haz algo al respecto.
Pero es que yo no sabía qué hacer con él. Cómo meterle mano (con perdón, que es el Rey), pero no sabía qué hacer. Y ahí ha estado todo este tiempo, mirándome despechado. Hasta que se me encendió la lucecita.
Así que le cogí y le dije volverás a ser el que eras. Aunque el primer paso no te va a gustar. Lo despeloté. Le quité la ropa que llevaba y la pinté de blanco. Una vez seca se la volvía a poner, no era cuestión de avergonzarlo más, ni que se nos constipase. A continuación fui añadiendo detalles a la ropa, la pedrería, el pañuelo, el cinturón... Creo que poco a poco el propio Elvis fue cambiando la cara, cada vez se sentía más entonado y entronado. Pero si hasta parece que está más delgado. Y cuando agarró el micrófono... Sí, efectivamente Elvis volvía. Y si no, miren el vídeo explicativo. Ahí está todo.