Decía Rilke que la verdadera patria del hombre es la infancia, y eso en este blog es algo que demuestro bastante a menudo. Esto viene a cuento porque el otro día escuchando a Chet Baker (sí, suena muy cool la historia pero es así) me vino a la memoria uno de esos recuerdos de juventud que uno guarda y que vienen a dar fe de las palabras del poeta alemán.
Tengo cierta afición por el jazz. Supongo que en gran medida la culpa la tiene mi maravillosa madre. Desde que tengo lo que llaman uso de razón recuerdo sonar en mi casa discos de Glenn Miller, Benny Goodman y las Big Bands; Ella Fitzgerald; o la bossanova, esa mezcla de jazz con sonidos brasileños de la que ya he hablado aquí. Pero por encima de todos me viene a la memoria uno.
Mi madre de manera habitual se acostaba relativamente pronto. Y esa rutina iba acompañada de lo siguiente. Se llevaba su periódico para leerlo con detenimiento mientras que de fondo sonaba la radio. Todos los hermanos antes de acostarnos, y si veíamos la luz de su mesilla encendida, solíamos pasar por su cuarto para darla las buenas noches. Antes de llegar a entrar ya se oía el transistor. Y podía sonar cualquier cosa: noticias, entrevistas, reportajes... pero sobre todo música. Y, por encima de cualquier estilo, jazz. Era fácil que al entrar, y tras el buenas noches, se la escuchara decir "hijo, acaba de sonar la orquesta de Lionel Hampton ¡Qué maravilla!" o "escucha esto de George Benson", al tiempo que meneaba su cabeza al ritmo de la música y encadenaba tres o cuatro estornudos provocados por cierta alergia al papel o a la tinta del periodico. Nos reíamos del efecto de las noticias en las fosas nasales de mi madre y escuchábamos un poquito de esa música mientras comentábamos algún suceso diario digno de mención. Es verdad que no era una gran entendida pero sí sabía lo que le gustaba.
Mi madre de manera habitual se acostaba relativamente pronto. Y esa rutina iba acompañada de lo siguiente. Se llevaba su periódico para leerlo con detenimiento mientras que de fondo sonaba la radio. Todos los hermanos antes de acostarnos, y si veíamos la luz de su mesilla encendida, solíamos pasar por su cuarto para darla las buenas noches. Antes de llegar a entrar ya se oía el transistor. Y podía sonar cualquier cosa: noticias, entrevistas, reportajes... pero sobre todo música. Y, por encima de cualquier estilo, jazz. Era fácil que al entrar, y tras el buenas noches, se la escuchara decir "hijo, acaba de sonar la orquesta de Lionel Hampton ¡Qué maravilla!" o "escucha esto de George Benson", al tiempo que meneaba su cabeza al ritmo de la música y encadenaba tres o cuatro estornudos provocados por cierta alergia al papel o a la tinta del periodico. Nos reíamos del efecto de las noticias en las fosas nasales de mi madre y escuchábamos un poquito de esa música mientras comentábamos algún suceso diario digno de mención. Es verdad que no era una gran entendida pero sí sabía lo que le gustaba.
Joer, qué madre más molona. Impresionante entrada. Revela algo impagable de ese mundo tuyo, tan diferente
ResponderEliminarPues un rato molona sí que es. Y no solo le gustaba el jazz, también el soul de los setenta. Una marchosa, vaya.
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