A nuestro buen amigo Eric Clapton le han llamado muchas cosas y algunas no precisamente buenas. Probablemente una de las que más le duela (y también a mí) es que se ha aprovechado del talento de otros para prosperar. Que en el fondo siempre ha sido un protagonista secundario, de lujo, pero secundario. Como si a base de rondar siempre por ciertos círculos terminaba por entrar en proyectos de interés, o porque por conocer y caer en gracia a músicos consagrados conseguía sacar tajada. Como si él por si solo no valiese.
Quizás no se haya prodigado demasiado como compositor y muchos le conocimos gracias a canciones compuestas por otros, pero ha terminado por dejar unos cuantos éxitos propios y ajenos con su toque particular. Y no solo eso, ha formado parte de lo más reconocido del blues, y por derecho propio: los Bluesbreakers de John Mayall, Yardbirds, Cream, Blind Faith...
En los primeros setenta su vida personal practicamente toca fondo pero logra coger el toro por los cuernos. Se rehace y, después de muchas idas y venidas, consigue varias cosas. Primero, levantarle la esposa al bueno de George Harrison; segundo, dejar a un lado algunas adicciones peligrosas; y, por último, meterse en el estudio consiguiendo facturar un disco, 461 Ocean Boulevard, que incluirá su primer número uno en EEUU, I Shot the Sheriff. Este pelotazo servirá a su vez para lanzar a su creador Bob Marley al estrellato. En general el disco sigue sonando al blues que ha hecho Clapton desde siempre, pero ahora se añaden toques de soul, rock y, por supuesto, reggae. Si buscas al guitarrista famoso quizás no sea este disco el más apropiado; ahora bien, si andas tras un puñado de buenas canciones interpretadas por un gran músico, eso ya es otra cosa. Un disco para escuchar despacito.
Eso de que rehizo su vida y lo primero que se le ocurrió fue levantarle la mujer a un buen amigo está muy bien. Escucharé el disco con atención.
ResponderEliminarTen amigos para esto. Y encima el otro pánfilo le perdona. Qué cosas.
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